Al hacer una readecuación del a casa, que ya es mi casa y no nuestra casa, encuentro sus cosas: fotos, sombreros, libros, ropa, zapatos, cables, herramientas, documentos, condimentos...
Decido sacar todo, no volverlo a ver.
No funciona, está en todas partes aunque sus cosas no estén.
Está en los rincones, en los recuerdos, es doloroso pasar por ciertos lugares, ocupar esos espacios que ya no son más nuestros, y aún parece imposible habitar este hogar pensándolo como solo mío.
El gato al que le puso nombre ya no se acuerda de él, pero yo sí.
Empiezo a recordar el proceso doloroso de mi separación anterior, hace años.
En esa ocasión dejé de escuchar cierta música, de ir a ciertos lugares y ver a cierta gente, y recordé que eso ayudó en algo, pero no fue la solución para nada.
Ahora México me duele, y todo tiene que ver con ese país, no sé por qué.
Busco algo como una purga, vomitarlo todo, deshacerme de todo lo que tengo dentro, aunque duela.
La purga me hizo cambiarme de cuarto, volver al blog, ver a cierta gente, intentar salir más.
La purga aún está en su inicio y es dolorosa, espero que funcione.
Pero además del dolor, los ex dejan cosas buenas, intento quedarme con eso, que es bastante.
Recuerdo con cariño sus detalles, que fueron miles. Sus ganas de cocinar para mí y los míos, la música que grabó para mí, las fotos que me tomaba cuando comenzamos, las caminatas por el centro, los apodos cariñosos, su calidez, su inteligencia, su agudeza, su dulzura.
Son tesoros que lamentablemente debo dejar de atesorar y añorar para poder sobrevivir. Debo hacer como él me enseñó una vez, pasar de un momento a otro, dejar que él y los recuerdos con él se queden en ese otro momento, en el pasado.
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