Este fin de semana intenté arreglar mi cuarto y el estudio, la tarea fracasó, porque tengo un millón de papeles con los que nunca sé qué hacer. Tengo la manía de guardarlo todo, econtré incluso los papelitos típicos que me escribía con mis compañeros de clase hace tiempo ya.
Fue bueno encontrar un par de recuerdos perdidos por ahí: fotos, cartas, apuntes... Pero en esa caja de Pandora que abrí también encontré recuerdos que habría preferido aún no encontrar y una vez más, como regularmente sucede los domingos: I felt blue.
Encontré mis diarios de hace tiempo, y entre las decenas de cuadernos y papeles encontré también mi primer intento de poema, escrito cuando tenía siete años y dirigido a uno de los amores más constantes de mi vida, jejejeje, un gato.
Aún no sé qué hacer con tanto recuerdo, sobre todo ahora que estoy purgando la casa por el viaje. Hay cosas con las que quiero quedarme, otras que preferiría devolver, otras que debería botar. Creo que la depre de ayer fue el precio por haber abierto la caja de Pandora sin pensar en lo que podría pasar al abrirla, en lo que podría encontrar allí, por lo que la caja volvió a ser cerrada, lo que significa que uno de estos domingos se abrirá otra vez, para tirar lo tirable, guardar lo amable y entregar lo entregable.
Insisto, esa manía muy humana de los recuerdos es una arma de doble filo...
1 comentario:
Los recuerdos son lo que nos atan un pasado.. y lo peor siemp`re decimos que fue mejor
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