martes, 22 de enero de 2008


El beso, los labios, la piel, los poros.

El corazón, el latido, el pecho.

El abrazo, la respiración, el olor.

La fuerza, las ganas, el impulso, las caricias.

Los botones, los broches, los ojales.

La paciencia, la impaciencia.

El cuello, el oído, la entrepierna.

El ombligo, las piernas, las caricias otra vez.

El rastro de los besos en la piel de los dos.

La espalda desnuda.

Los cuerpos cercanos.

Las miradas.

Los cuerpos juntos, inseparables.

El sudor.

Las voces, las preguntas, las respuestas.

Las miradas.

El principio. El final.

Hacerse, deshacerse, juntos.


¿Qué buscamos?

¿El placer?

¿La respuesta?

¿La plenitud?

¿La gracia?

¿E cansacio?


Qué encontramos?

¿La saciedad?

¿La entrega?

¿el olor?

¿el sabor?

¿el tacto?


Con ojos abiertos

con ojos cerrados.


Pero finalmente ciegos, sordos, temerosos.


Entontramos aquello que no buscábamos. Perdimos lo que temíamos perder.

No hay ingenuidad.


Hay tantos límites que el cuerpo desconoce. No sabe que esa piel no debía ser tocada. Que esas caricias no debieron realizarse. Que los besos se debieron detener hace tiempo ya.


Hay cosas comprendidas solo por una parte de nuestro cuerpo.


Y esto ya fue...

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